La promoción de la cultura del esfuerzo como camino al éxito.

La difusión en los medios de la cultura del esfuerzo limpia la imagen del sistema en tiempos difíciles transmitiendo el mensaje de que la movilidad social aún existe.


Juan Manuel, el magistral cocinero amateur ganador de Masterchef, declaró como moraleja de su experiencia formativo-competitiva en el programa: “en este mundo si uno se esfuerza, lucha y quiere, lo consigue”. Ya está aquí de nuevo la ética del trabajo difundida en los medios. TVE lanza este mensaje en una franja horaria de máxima audiencia, en plena depresión económica, con cerca de 1,000.000 de licenciados desempleados, alrededor de un 60 % de paro juvenil y buena parte de la juventud mejor formada de la historia de España forzosamente emigrada. ¿Es realista el concepto contenido en el consejo del bueno de Juan Manuel?

Los medios, y a través de ellos los gestores tecnócratas, siguen difundiendo los principios de la ética del trabajo, a pesar del desengaño que la crisis sistémica ha provocado en muchos de los que han creído en esta doctrina y han puesto gran empeño en formarse y ser productivos. Uno de esos principios es el enunciado arriba: el trabajo duro, la disciplina y el autosacrificio por un objetivo conducen al éxito (nótese que normalmente equiparamos “éxito” con “éxito profesional”, lo que indica hasta qué punto la ética del trabajo ha penetrado en nuestras mentes).


La presencia de este mensaje es más que considerable en anuncios publicitarios, programas, revistas, libros etc. De hecho, el mismo concursante de Masterchef  relató en otro episodio una recomendación de su padre que va en la misma línea y que forma parte de la sabiduría popular, algo con lo que todos nos identificamos: “en esta vida has de perseguir un sueño hasta el final”.

Estos lemas o eslóganes quedan en la mente de los espectadores, especialmente de los más jóvenes, como consejos sabios, ideas a seguir. Y en buena parte lo son. Cumplen una función pedagógica en el terreno de la ética, de los principios morales para orientar la propia vida o la ardua tarea de conseguir un puesto de trabajo. Sin embargo, es preciso que no se asuman ciegamente, es necesario que esos mismos espectadores que absorben pasivamente estos códigos de conducta se pregunten por su verosimilitud y validez en el mundo actual, algo que raramente ocurre cuando uno se encuentra plácidamente en el sofá entre las 22:00 y las 0:00.

Más allá de la sabiduría recogida en las palabras de Juan Manuel, y en general en los principios de la ética del trabajo, la realidad socio-económica nos recuerda a diario que,  además de premiar el esfuerzo, la disciplina, el talento y la formación, tampoco le hace ascos a la corrupción, al nepotismo, al cohecho (eufemismo de soborno), a la promoción en la política y en las empresas de los serviles por encima de los brillantes, a la implementación de innovaciones tecnológicas que generan desempleo estructural al sustituir a trabajadores por máquinas o programas informáticos...

Entre los factores que hacen probable el éxito profesional, quizá el trabajo duro individual y el autosacrificio representen los porcentajes más bajos del total. Por el contrario, los factores sociológicos son mucho más determinantes: la relación entre la oferta y la demanda laboral, los ciclos económicos, las prácticas desestabilizadoras del sistema financiero, la pirámide poblacional y la diversidad de la actividad productivo-empresarial del país donde uno está, el acceso a la educación de calidad, la pertenencia a grupos políticos o religiosos. Y no hablemos de los determinantes geográficos: ¿acaso carece de autodisciplina y cultura del esfuerzo un joven subsahariano que recorre cientos de miles de kilómetros para llegar a Tánger y luego arriesgar su vida en el estrecho?

Por otro lado, no olvidemos que la difusión de estas ideas tiene una función política. En momentos de crisis y de pérdida de legitimidad, el sistema se preocupa por reforzar a través de la propaganda institucional sus pilares ideológicos. No es algo nuevo en la historia. Por poner un ejemplo: en la Unión Soviética, en los momentos críticos, para compensar el descontento popular por la falta de derechos civiles se bombardeaba a la población con la superioridad del modelo comunista, garante de trabajo y servicios sociales; algo por otro lado muy discutible.

En nuestro caso, en una sociedad occidental, capitalista-postindustrial, sucede lo mismo. Con semejantes mensajes se pretende  transmitir a la audiencia la idea de que, a pesar de todo, la nuestra sigue siendo una sociedad abierta, cercana al modelo utópico perfilado por Popper y otros. (Así es, el proyecto político-económico capitalista tiene también su componente utópico). Pero como le sucede a todas las utopías, y en general a todos los proyectos humanos, ya sean colectivos o individuales, la realidad dista mucho del modelo ideal planteado sobre el papel. En España, por ejemplo, el concepto de sociedad abierta queda muy lejos del ideal popperiano, entre otras razones de sobra conocidas por los lectores, porque la movilidad social actual es similar a la de los años 60, aún en régimen franquista, cuando la pertenencia a una determinada corriente ideológica, a cierta confesión religiosa o a una familia acomodada determinaba principalmente el futuro laboral de una persona y su probabilidad de disfrute de un cierto status.

En fin, felicitemos al bueno de Juan Manuel, pero mantengamos la actitud crítica ante la propaganda que se filtra a diario a través de los programas de entretenimiento.

Sebastián G. (seud.)

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