La educación del odio

El asimétrico e interminable conflicto entre israelíes y palestinos puede tener muchas explicaciones. Razones geopolíticas, conflicto religioso, odio racial. No obstante hay una que está en la base de todo, el contexto cultural en el que son educados los niños y niñas de ambos bandos. Una educación que, por motivos diversos, inculca en no pocos casos el odio y la segregación desde bien temprano.


        Josué dijo al pueblo: "!Lanzad el grito de guerra, porque el Señor os entrega la ciudad! La ciudad será dada a la destrucción en honor del Señor, ella y todo lo que en ella hay... Pero todo el oro y toda la plata, así como todos los objetos de bronce y hierro, serán consagrados al Señor e ingresarán en su tesoro...". Luego destruyeron con la espada todo lo que había en la ciudad: hombres y mujeres, niños y ancianos, y hasta el ganado mayor y menor, y los asnos... Luego prendieron fuego a la ciudad con cuanto en ella había; pero la plata y el oro y los objetos de bronce y de hierro fueron entregados al tesoro de la casa del Señor.

Capítulo sexto del Libro de Josué. Antiguo Testamento 
(sobre el asedio y destrucción de la ciudad de Jericó).
        
        Ésta es una de las muchas "lindezas" que se pueden encontrar en el Antiguo Testamento, una heterogénea recopilación de antiguos textos sagrados de los israelitas donde se mezclan ciertos hechos con base histórica y toda suerte de relatos míticos. Pasajes como el anteriormente descrito no son más que el reflejo de una época en la que los soberanos de las distintas naciones de Oriente Medio (egipcios, babilonios, asirios, hititas...) se lanzaban a la guerra contra los pueblos vecinos de forma incansable. Un tipo de guerra en el que no existía compasión con los vencidos, se masacraba o esclavizaba sin contemplaciones a la población de las ciudades conquistadas y se tomaba posesión de sus territorios para ampliar el propio. Yahvé, el celoso, colérico y vengativo dios de los israelitas, no es más que una representación en extremo magnificada e idealizada de los soberanos de su tiempo. Un rey poderoso e infinitamente sabio, a la vez que implacable, que guía a su pueblo en la conquista de la Tierra Prometida.

        Nos gusta pensar que hemos avanzado mucho desde la época, ya lejana, en la que la antigua ciudad de Jericó fue arrasada por Josué y sus guerreros. Hoy nos educamos en unos valores muy distintos, la compasión, el respeto a las opiniones, credo, cultura, raza o forma de vida del prójimo, la condena sin paliativos de los actos de violencia indiscriminada contra personas inocentes... Episodios como los que aparecen en el Antiguo Testamento no tienen cabida en nuestro mundo y nadie puede aprobarlos o tan siquiera justificarlos en modo alguno.

        ¿Seguro? Entre los años 1966 y 1973 el psicólogo israelí George Tamarin llevó a cabo un estudio en el que participaron más de un millar de escolares de su misma nacionalidad y los resultados del mismo fueron, como poco, un tanto terroríficos. Tamarin presentó a niños y niñas, con edades comprendidas entre los ocho y los catorce años, el mismo texto del libro de Josué que encabeza este artículo y luego planteó la siguiente pregunta: "¿Pensáis que Josué y los israelitas actuaron correctamente, o no?". Los escolares podían indicar si estaban en total acuerdo con lo que hicieron sus antepasados, parcialmente de acuerdo o en total desacuerdo. Pues bien, los resultados de las opiniones recogidas se mostraron muy polarizados, un 66% de escolares estaba totalmente de acuerdo y un 26% por completo en desacuerdo (1). Los argumentos a favor recopilados son para llevarse las manos a la cabeza. Desde los niños que aseguran que Josué y los suyos actuaron bien porque "Dios les prometió su tierra y les dio permiso para conquistarla", pasando por los que comentan que "Dios les había encomendado exterminar a aquella gente... para que no se asimilaran con ellos y aprendieran de sus malas artes", hasta otros que afirman que masacrar a toda esa gente estuvo bien porque "eran de una religión diferente". Repito que estamos hablando de niños y niñas educados en pleno siglo XX y en un país que se presupone democrático, aconfesional y ciertamente civilizado.  

         Podemos tranquilizarnos al pensar que, al menos, un 26% de escolares no aprobaba el genocidio bíblico de Jericó. Pero no cantemos victoria tan temprano. Entre los argumentos para censurarlo había quienes consideraban que se debían haber conservado los animales pues podían ser útiles o, en una línea parecida, las casas de la ciudad, para que en ellas vivieran los israelitas y no fuera necesario construir otras nuevas. Ésas eran las cosas que no les parecían bien, no matar mujeres y niños, si bien muchos otros dentro de este mismo grupo no pensaban igual. Sin embargo una de las respuestas más llamativas al respecto era la de una chica que aseguraba:

         Creo que es malo (la destrucción de Jericó), dado que los árabes son impuros y si uno entra en una tierra impura se convierte en impuro y comparte su maldición (1).

         De los resultados del estudio realizado por George Tamarin podemos deducir que todos esos escolares crecieron y fueron educados en un contexto en el que la religión, y por extensión la identidad nacional, se emplearon para segregar y crear la conciencia de que el pueblo hebreo, al que todos ellos pertenecían, era superior a sus vecinos, en este caso los árabes palestinos, y había sido elegido por Dios para ocupar al completo aquel territorio (Gaza y Cisjordania incluidas) y no compartirlo con nadie. En cierto sentido los pequeños expresaban las ideas al respecto de sus padres y profesores. Sólo así se empieza a entender mejor lo que actualmente está pasando en ese castigado rincón del planeta, sobre todo teniendo en cuenta que los niños de entonces son adultos ahora y que, a buen seguro, han seguido educando a sus hijos en esos mismos valores. Sólo así comenzamos a comprender también por qué el conflicto palestino-israelí permanece tan enquistado. La pasividad de la Comunidad Internacional con Estados Unidos al frente, sin lugar a dudas el principal socio y protector de Israel, puede explicar parte del problema. No obstante si la paz se ha mostrado esquiva es porque no ha existido una voluntad real de alcanzarla, ni por parte de los palestinos, con Hamas como actor principal, ni mucho menos por parte del Estado de Israel. Y, una vez más, viendo cómo pensaban parte de sus escolares hace unas décadas, esta falta de voluntad resulta más comprensible.

         Hace cosa de siete años Elias Akleh, escritor de origen palestino y colaborador en la web palestinechronicle.com, ya denunciaba las "singularidades" del sistema educativo israelí (2). Akleh basaba sus argumentos en publicaciones de periodistas y académicos judíos como Erna Kazin o Eli Bodia, que ponían en evidencia que, desde bien temprano, todos los israelíes se ven inmersos en una educación que enfatiza el militarismo, el uso de la religión como elemento diferenciador, el ultranacionalismo y el desprecio hacia los musulmanes en general y los palestinos en particular, entre otras muchas cosas. Es este modelo educativo el que justifica el uso de la violencia a una escala como la que estamos viendo estos días en un país, no lo olvidemos, en el que tanto hombres como mujeres están obligados a cumplir con el servicio militar (durante 3 años los primeros y 21 meses las segundas). Es este modelo educativo el que ha permitido la creación de un régimen que bien puede considerarse como de apartheid, en el que los musulmanes (ya sean árabes israelíes o palestinos de los territorios ocupados) son segregados y marginados de múltiples maneras. Ejemplos de ello son los altos muros de hormigón que convierten ciudades en prisiones a cielo abierto o las vías separadas para el tránsito de israelíes y palestinos hacia los mismos lugares. Mientras los primeros viajan cómodamente en coche, los segundos se ven obligados a desplazarse a pie, amén de verse retenidos en los inevitables controles de las fuerzas hebreas. El racismo se manifiesta de otras muchas formas; si un árabe atropella accidentalmente con su vehículo a un judío, será detenido y acusado de terrorismo (al revés no deja de ser más que un simple accidente) o, como ha sucedido en las últimas semanas, en respuesta al asesinato de tres jóvenes israelíes por parte de los palestinos, se organizan patrullas populares de linchamiento a la caza de ciudadanos árabes, niños incluidos.

         Y por supuesto todo esto incluye también la odiosa lógica del castigo colectivo, que innumerables inocentes paguen por lo que otros han hecho. Si un suicida comete un atentado, haya o no víctimas mortales, su familia lo pagará viendo su casa demolida. Si Hamas lanza alguno de sus cohetes de fabricación casera contra territorio israelí, toda la población de Gaza sufrirá las consecuencias.

         Como por desgracia sucede a menudo, la religión tiene mucho que ver con todo esto. En Israel se lleva usando casi desde sus orígenes como elemento de segregación, la aspiración milenaria de crear un auténtico "Estado Judío" en el que todos sus habitantes se unan bajo único credo común, una raza elegida. El fundamentalismo religioso ha avanzado con fuerza en las últimas décadas, tiene sus plazas fuertes en los cada vez más numerosos asentamientos ilegales de colonos en Cisjordania, donde las doctrinas racistas y de odio hacia los musulmanes no sólo se predican, sino que se ponen en práctica a diario. Akleh denuncia que muy a menudo determinados rabinos, lideres religiosos ampliamente respetados en Israel como Murdachai Eliahu, pregonan el odio racial hacia los palestinos presentándolo como un mandato religioso, la voluntad de Dios. Para ello se sirven de las enseñanzas de los textos antiguos, considerados sagrados, y de las reflexiones que de ellos hacían eruditos judíos como por ejemplo Maimónides, que vivió hace ocho siglos en un contexto histórico y cultural muy distinto al actual. Textos como el de la conquista y destrucción de Jericó por parte de Josué y sus huestes, que llaman a la aniquilación de todos los goyim (los no judíos) que ocupan la Tierra Prometida, pues son criaturas infrahumanas equiparables a ratas o cucarachas, sin importar que sean niños, mujeres o ancianos. Destruir no sólo sus vidas, sino también sus propiedades, su ganado y tierras de cultivo, hasta envenenar las fuentes de agua de las que los goyim beben. Estas acciones no sólo no se considerarían aborrecibles, sino que se presentan como justas, la obligación de cumplir con los mandatos de Dios.
                  
Mapa que muestra la evolución de la ocupación judía de Palestina desde la fundación del Estado de Israel.
En verde los territorios en los que, de manera progresiva, ha quedado recluida la población palestina.
  
           Si a esto le unimos el traumático recuerdo del Holocausto, la Shoah como se conoce en Israel, que también se inculta a todo escolar desde bien pequeño, tenemos un cóctel verdaderamente explosivo. Si has crecido escuchando relatos aterradores, aunque tristemente ciertos, sobre el horror en los campos de exterminio nazis, visto una y otra vez las estremecedoras imágenes de las pilas de cadáveres y los esqueléticos supervivientes y te han inculcado la idea de que la pesadilla puede volver a repetirse en cualquier momento, que los enemigos de Israel están por todas partes y únicamente buscan su destrucción y que no hay otra posibilidad que defenderse atacando, el estado de paranoia termina normalizándose y actúas en consecuencia. El miedo y el odio van de la mano y normalmente conducen a una espiral descendente de violencia.

           Y como el odio sólo alimenta más odio los palestinos también terminan atrapados en esta lógica demencial, aunque solamente sea por pura necesidad. En 2007 un programa infantil hacía furor por las mañanas en la franja de Gaza. En él un personaje llamado Farfour, descaradamente parecido a Mickey Mouse, animaba a los niños a sumarse a la yihad y a combatir al Estado de Israel hasta su total destrucción (3). No es ningún secreto que los milicianos de Hamas adoctrinan en las escuelas a los niños palestinos para sumarlos a su causa, en sitios web como Unidos por Israel se denuncian de manera habitual esta clase de prácticas, mostrándolas como un ejemplo de hasta dónde es capaz de llegar el fudamentalismo islámico. Como si el fanatismo religioso predicado por los rabinos no hubiera calado hasta tal punto que, ante la pregunta de qué debería aplicarse primero en caso de guerra, si la ley laica que rige el Estado o los edictos religiosos (esos que animan a exterminar goyim y quemar sus ciudades hasta los cimientos), ciertos oficiales y altos mandos del ejército hebreo se decantaron por la segunda de las opciones sin dudarlo (2).

           Tampoco es cuestión de simplificar lo que sucede en esta parte del mundo. No todos los israelíes y palestinos entran en este juego de odio y sinrazón, si bien la inercia de los acontecimientos parece empujar a ello. Hay voces críticas relevantes que se revelan contra esta situación, entre ellas la de Alon Liel, exdirector general del Ministerio de Exteriores de Israel y actual embajador en Sudáfrica, que denuncia sin tapujos la ocupación de Cisjordania, la ilegalidad e inhumanidad de la política de ampliación de asentamientos judíos en este territorio y llama a la Comunidad Internacional para que presione a Israel y lo obligue a alcanzar una paz duradera con los palestinos que permita a estos tener un Estado viable (4). Liel advierte de los peligros de seguir como hasta ahora, un estado de las cosas en el que ambas partes terminarán perdiendo. Saber que tanto en Israel como en los territorios ocupados hay gente que piensa de forma parecida, que no se ve arrastrada por la deriva del extremismo religioso, sea del color que sea, resulta esperanzador.

           Para concluir regresemos otra vez al estudio realizado por George Tamarin hace cuatro décadas. Para contrastar los resultados utilizó un grupo de control, 168 escolares a los que les presentó una versión distinta del atroz genocidio bíblico. El nombre de Josué fue sustituido por el de "General Lin", que en vez de dirigir a guerreros israelitas encabezaba a un ejército de soldados chinos de hace tres mil años al asalto de la ciudad de un reino enemigo. Nada más cambiaba, destrucción, matanzas indiscriminadas y el botín de guerra ofrecido en este caso a una deidad pagana. El resultado es poco menos que fascinante, el 75% de los escolares desaprobó tajantemente la destrucción de la ciudad y el exterminio de sus habitantes a manos de las tropas del General Lin por considerar dichos actos una atrocidad propia de bárbaros despiadados, nadie medianamente civilizado podría aprobarlo. Verdaderamente interesante y revelador, cuando las variables del judaísmo y el sentimiento de identidad nacional se eliminaban, haciendo desaparecer el mandato divino de tomar la Tierra Prometida, la mayoría de niños y niñas respondían según una escala de valores más acorde a nuestros tiempos. Un claro ejemplo de lo dañina que puede llegar a ser la semilla del fanatismo religioso cuando se siembra en la mente de los más pequeños.


                                                                                                                                       Kwisatz Haderach

                                         


(1) El espejismo de Dios (The God Delusion). Richard Dawkins, 2006 (Editorial Espasa Libros). Págs. 274-275.

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