Hiroshima y Nagasaki. Una historia de motivos ocultos

Muy probablemente las bombas atómicas cayeron sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por razones muy diferentes a las que Estados Unidos ha vendido al mundo entero. Ésta es una historia de motivos ocultos para justificar uno de los crímenes más atroces de la Historia.

 
El siguiente listado de ciudades está extraído del memorando de objetivos de la USAAF (actualmente sólo USAF), de abril de 1945,  para utilizar la bomba atómica. Hiroshima ya ocupa un lugar preferente, seguida de Kyoto, pero Nagasaki es un objetivo secundario. Llaman la atención los errores de escritura. Yokohama es "Yokahama", Kawasaki es "Kamasaki" y Osaka es "Osake", pero también hay un lugar misterioso llamado "Shimosenka" que nadie sabe muy bien qué diablos es. El fragmento procede de los Archivos Nacionales de los Estados Unidos. 
      
     Estos días será una de las noticias más destacada, la visita del presidente norteamericano Obama a Hiroshima el 27 de mayo, para participar en un acto en honor a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Puede parecer un sincero acto de reconciliación ante uno de los episodios más oscuros de la Historia contemporánea, pero la Administración estadounidense ya lo dejó bien claro antes de que Obama pusiera un solo pie en Japón, el presidente no va a pedir perdón por los ataques atómicos contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Resulta llamativa la decisión, precisamente porque, en nombre del país al que representa, eso es lo único que debería hacer al acudir a la primera de esas ciudades. No en balde la sociedad japonesa parece dividida (ver este artículo en la Jornada) al tratarse de unos sucesos que la han marcado desde entonces y la seguirán marcando en las décadas venideras. No son de esperar protestas masivas o incidentes que pasen a mayores. Hoy por hoy Japón se encuentra enteramente bajo la esfera de control norteamericana y es un firme aliado de Washington en Asia, emplazamiento estratégico seguro frente al creciente poder e influencia de China. Son las consecuencias de la conquista efectuada en 1945. Pero el recuerdo de las atrocidades sigue ahí y participar en un acto en el que se lamenta pero no se condena, sabe a demasiado poco. Al menos así lo sentiría yo si fuera japonés, por mucho que después se lancen grandilocuentes discursos, que por supuesto quedarán en nada, acerca de lo bonito que sería el mundo sin armas nucleares.

     Durante décadas la mitología propagandística estadounidense nos ha ofrecido su versión única acerca de lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki. El Imperio del Japón era un régimen fanático, ferozmente militarista y desquiciado que no estaba dispuesto a rendirse bajo ningún concepto. Ese fanatismo había llevado a los japoneses a bombardear de forma vil y traicionera Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, lo cual motivó la declaración de guerra por parte de Estados Unidos. Durante los siguientes tres años y medio los japoneses, influenciados por la implacable ética guerrera del bushido (el código samurái), darían sobradas muestras de su locura belicista durante las sangrientas campañas de la Guerra del Pacífico. Poco a poco irían retrocediendo ante el poderío militar norteamericano y la heroicidad de sus sacrificados marines, lo cual acentuó más si cabe el fanatismo nipón. Los pilotos kamikaze que se estrellaban contra los navíos aliados el ejemplo más conocido. Pero finalmente sólo quedaba ocupar el archipiélago del Japón y se nos ha contado que dicha invasión, empleando tácticas de guerra convencional, hubiera tenido un coste humano absolutamente inaceptable, tanto en el bando japonés como en el norteamericano. Desde siempre hemos aceptado la idea de que los civiles nipones, incluso las mujeres y los niños, hubieran preferido morir combatiendo junto a sus soldados antes que rendirse. Hasta ese punto les había sido lavado el cerebro por el régimen imperial. Sólo quedaba la opción del gran golpe de impacto, el uso de una poderosísima tecnología superior de la cual Estados Unidos ejercía el monopolio. La bomba atómica. Murieron muchos inocentes, sí, pero no quedaba otro remedio. Matándolos se salvaron muchísimas otras vidas y así la guerra pudo acabar. Japón aceptó la rendición ante semejante exhibición de poderío atómico porque de otra manera jamás hubiera entrado en razón.

Fotografías del antes y el después del ataque contra Hiroshima.
Se puede comprobar el punto sobre el cual explotó la bomba, que
queda un tanto desviado del lugar elegido como objetivo, el puente
sobre el río que queda un poco a la derecha. En todo caso se
apuntaba al mismo centro urbano de la ciudad. 
     Repetido hasta la saciedad, este mantra que justifica el uso de armas de destrucción masiva contra objetivos civiles ha quedado convertido en verdad casi incuestionable. No se trata de minimizar las innumerables atrocidades y abominaciones cometidas por el imperialismo japonés durante el conflicto y los años previos, entre las que se contaron el uso de prisioneros como cobayas en programas de experimentación o la práctica del canibalismo, y que se manifestaron especialmente durante la devastadora invasión de China (1937-1945), que tuvo su precedente en la anexión japonesa de Manchuria en 1931. El ejército imperial practicó una guerra brutal, y la sociedad nipona podía estar radicalizada por el belicismo de sus gobernantes, el emperador Hirohito incluido. Nadie pretende negar eso. Y dadas las circunstancias resulta tentador, por no decir que inevitable, establecer paralelismos con el Tercer Reich. Pero la Alemania de la Segunda Guerra Mundial estaba gobernada por un demente toxicómano (ver Adolf Hitler, el drogadicto) y por una organización totalitaria, el Partido Nazi, que más bien parecía una secta destructiva erigida en torno al culto a su führer. No es de extrañar que, en las últimas fases del conflicto, toda esta gente se dejara arrastrar por una especie de locura colectiva que los alejó de la realidad tal y como se muestra en el extraordinario film de producción alemana El Hundimiento (Der Untergang, 2004).
Los japoneses en cambio podían ser muy fanáticos, pero no eran estúpidos. En el verano de 1945, con toda su flota y la mayor parte de la fuerza aérea destruidas tras una sucesión de descalabros militares, con más de medio centenar de sus principales ciudades y áreas industriales arrasadas por los bombardeos estratégicos estadounidenses (destacan los bombardeos sobre Tokio entre marzo y mayo de 1945, que dejaron más de 100.000 muertos, o los acontecidos sobre ciudades como Fukuyama o Tokushima, donde se destruyeron más del 80% de las edificaciones, e incluso el de la ciudad de Toyama, tras el cual se puede decir que no quedó ni una sola construcción en pie) y afrontando la ruina total ante el cada vez más estrecho cerco aliado, que impedía el abastecimiento desde el exterior de todo tipo de suministros vitales, Japón, o cuanto menos su clase dirigente, era perfectamente consciente de que estaba por completo acabado y la guerra era una causa perdida.

      Es aquí donde entra en juego una de esas cosas que, no por casualidad, raramente trascienden. Los japoneses estaban dispuestos a rendirse, lo único que solicitaban era que se respetara la figura del emperador, dada la arraigadísima tradición de las instituciones imperiales en el país, muy queridas por sus ciudadanos. Desde su punto de vista ver a su emperador, personalidad investida de un áurea divina, compareciendo ante un tribunal por crímenes de guerra, era algo por completo inaceptable. Por lo que se sabe así se lo hicieron saber a los aliados en repetidas ocasiones, pero éstos, con Estados Unidos a la cabeza, siempre daban como única respuesta, y sin entrar en ningún detalle, que sólo cabía la rendición incondicional de Japón. Qué curioso, una vez se hizo efectiva dicha rendición y la guerra concluyó, Hirohito se mantuvo en el trono tal como deseaban los japoneses. Se acometieron reformas profundas en la propia naturaleza del Estado, eso sí, instaurando un régimen democrático bajo la forma de una monarquía parlamentaria, suprimiendo el culto a la guerra en la sociedad y el sistema educativo y reduciendo el ejército nipón a la mínima expresión, cumpliendo una labor meramente defensiva. Viendo todo esto, algo que de entrada los japoneses podrían haber aceptado en unas negociaciones de paz, ¿qué sentido tuvo arrojar sendas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki asesinando con ello a decenas de miles de civiles inocentes?

     Viendo uno de los documentos de las consideraciones que, en abril de 1945, tomaba el llamado Comité de Objetivos del Pentágono a cargo del general Leslie Groves, que precisamente también estaba al mando del Proyecto Manhattan (la construcción en secreto del arma atómica), se pueden intuir con bastante claridad las intenciones. Como primer criterio a la hora de seleccionar un blanco para la bomba se decía (documento original notas de la reunión inicial del Comité de Objetivos):

1. Deben tomarse en consideración las grandes áreas urbanas, con no menos de 3 millas de diámetro, en las zonas más pobladas.

y además:

5. El Grupo de Objetivos conjunto de la Armada y la Fuerza Aérea descartará cualquiera de estas 17 áreas que ya hayan sido destruidas.

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En la foto los terribles efectos de la bomba arrojada sobre Hiroshima
sobre los supervivientes.
      Más claro agua. Desde un principio se olvidaron por completo de instalaciones militares o las pocas áreas industriales que quedaban, tampoco les interesaba probar el poder de su nueva arma en una zona previamente arrasada. Querían arrojarla sobre una ciudad intacta y con ello comprobar a cuánta gente podían matar de un solo bombazo. Las pruebas realizadas en Alamogordo en julio de 1945 les sabían a poco, querían probar su "juguete" en un escenario bélico real, comprobar su eficacia destructora y los efectos de la radiación sobre el organismo humano tiempo después del ataque. Este interés por los aspectos "técnicos" de los ataques queda perfectamente plasmado en el carácter de las dos bombas empleadas, Little Boy (con un dispositivo de uranio) y Fat Man (con un sistema de implosión que empleaba plutonio). Eran diferentes porque también se probaban las distintas modalidades de armamento atómico, cuál era más efectivo y cuál presentaba mayores o menores complicaciones. Asimismo también existía un gran interés en "conseguir el mayor efecto psicológico posible" y en "hacer que el uso inicial sea lo bastante espectacular como para que la importancia del arma se reconozca internacionalmente". Nada mejor para conseguir todo esto que reducir a cenizas en un abrir y cerrar de ojos toda una ciudad y a sus habitantes, hombres, mujeres y niños.

      Y he aquí también otra de esas cosas de las que tampoco se habla mucho. Obviamente las bombas atómicas fueron también un contundente mensaje, el mayor de los puñetazos que Estados Unidos podía dar en la mesa del escenario internacional para demostrar de lo que eran capaces. Y, al contrario de lo que se piensa, el mensaje no iba dirigido tanto a Japón, que también, como al resto del mundo. Y muy especialmente al que ya se apuntaba como el gran adversario de Norteamérica, la Unión Soviética. El presidente Harry S. Truman estaba convencido de que Stalin entendería a la perfección el recado, pues pensaron especialmente en Moscú a la hora de decidirse a utilizar las bombas como las utilizaron. Las armas atómicas eran un instrumento de terror, una advertencia de lo que le podía llegar a ocurrir a aquel que se atreviera a desafiar la naciente supremacía estadounidense. Sin embargo Stalin no quedó demasiado impresionado por lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki. No se debe tanto a su aplomo como al hecho de que, casi desde el principio, el Proyecto Manhattan estuvo infestado de espías soviéticos (ver Cómo consiguió la Unión Soviética la bomba atómica) que informaban puntualmente al Kremlin de los progresos norteamericanos. En parte gracias a la información recabada por sus agentes la Unión Soviética pudo detonar su primer artefacto atómico el 22 de agosto de 1949, mucho antes de lo que habían imaginado los confiados estadounidenses. El mundo había entrado en la demencial Era Nuclear y la amenaza de la destrucción total de la civilización pendía como una espada de Damocles sobre todos los habitantes del planeta. Tiempo después se sumarían a este terrorífico "club nuclear" otros países como el Reino Unido, China, Francia y, más recientemente, la India, Pakistán e incluso Israel.

     Y es que el papel de la Unión Soviética en el que sería el último capítulo de la Segunda Guerra Mundial ha sido deliberadamente ninguneado por la propaganda estadounidense, que durante años nos ha bombardeado hábilmente a través de sus películas, series de televisión, documentales... ¿La destrucción de Hiroshima y Nagasaki fue realmente la causa que llevó a Japón a la rendición? Veamos otros hechos que tuvieron lugar por esas mismas fechas. Como hemos dicho, antes de los ataques con bomba atómica alrededor de cincuenta grandes ciudades japonesas ya habían sido arrasadas por los bombardeos, dos más tampoco suponían una gran diferencia. Evidentemente pesaría el temor a más ataques atómicos, tal y como tenía previsto la USAAF, ya que se estaban preparando unas cuantas bombas más. Hemos de recordar que la bomba sobre Hiroshima fue lanzada el 6 de agosto de 1945 y Nagasaki fue atacada de idéntica manera el 9 de agosto. Japón no anunció formalmente su rendición hasta el 15 de agosto, así que, ¿qué sucedió durante esos días?

     Los historiadores lo tienen en cuenta y todavía hoy discuten su relevancia, pero el caso es que el 8 de agosto de 1945 la Unión Soviética le declara la guerra a Japón e inicia la invasión del estado títere de Manchukuo (la actual provincia china de Manchuria, o Dongbei Pingyuan, según la denominación oficial), bajo control nipón desde hacía más de una década. Este territorio había quedado a salvo de los bombardeos estadounidenses, por lo que la mayor parte de sus infraestructuras e industrias estaban relativamente intactas. De hecho en Manchukuo todavía permanecían más de un millón de soldados japoneses perfectamente equipados con artillería, carros blindados e incluso aviación. Se trataba de una fuerza temible con una amplia experiencia en combate tras años de campañas en China, el conocido como Ejército del Kwantung, donde se forjaron leyendas castrenses niponas tales como el general Hideki Tojo. Pero finalmente la escasez de combustible para equipar los vehículos y aviones, así como el relativo aislamiento de la propia Manchuria, resultarían determinantes. La resistencia japonesa se vendría abajo en cuestión de días ante el empuje de las fuerzas del Ejército Rojo comandadas por el mariscal Aleksandr Vasilevski, que sólo en el primer día de ofensiva avanzarían más de 150 Km en territorio manchú. De hecho, entre el 9 y el 20 de agosto, los soviéticos ocuparán un área mayor que toda Europa occidental, avanzando en el interior de la Península de Corea hasta el paralelo 38º (tal y como había quedado establecido previamente en el acuerdo con los estadounidenses) y apoderándose de la totalidad de la isla de Sajalín y del archipiélago de las Kuriles, hasta ese momento territorios también japoneses. Los defensores sencillamente fueron barridos y esto dejó a las fuerzas soviéticas a las puertas de la gran isla de Hokkaido, en el corazón del propio Japón.

 
Arriba mapa de la ofensiva soviética sobre Manchuria en agosto de 1945, la conocida como Operación Tormenta de Agosto. Las fuerzas invasoras alcanzaron sus objetivos rápidamente, avanzando desde tres direcciones diferentes, haciendo un amplio uso de unidades de paracaidistas y barriendo del terreno a las fuerzas japonesas antes de finalizar el mes. 

       Resulta obvio que un Japón exhausto, en la quiebra y en su mayor parte arrasado no podía hacer frente al imparable empuje de las fuerzas combinadas de Estados Unidos y la Unión Soviética. La rendición era la única salida razonable, con ataques atómicos o sin ellos. De hecho hay constancia de que hacia el 13 de agosto, con Japón todavía sin anunciar su rendición, los norteamericanos empiezan a ponerse nerviosos ante el avance soviético y ciertas noticias que parecen indicar que se podría producir un desembarco en Hokkaido. En previsión de que estos temores se hicieran realidad dieron luz verde para continuar con los planes para utilizar otras siete bombas más antes de que finalizara octubre, que serían arrojadas contra ciudades como Sapporo, Osaka o Nagoya entre otras. No fue necesario, ya que los japoneses terminaron plegándose ante lo inevitable. Seguramente debieron de pensar que era preferible rendirse ante los norteamericanos y no a los bolcheviques, que ya en 1917 habían ejecutando sin miramientos a su propio emperador, asesinando ya de paso a toda su familia para no dejar herederos que pudieran reclamar nada. El Ejército Rojo continuaría con sus operativos hasta el 25 de agosto y, de hecho, Japón y la Unión Soviética nunca llegarían a sellar una paz definitiva, sólo un cese de hostilidades. El contencioso por la ocupación de las Islas Kuriles, todavía reclamadas por los nipones, ha pesado en ello.
 
¿Qué nación contribuyó más a la derrota de Alemania en 1945?
Arriba los efectos distorsionadores de la propaganda. Al concluir la guerra incluso en Europa occidental se reconocía el importantísimo papel que jugó la Unión Soviética en la derrota de la Alemania Nazi, pues los hechos estaban bien recientes. Con el paso del tiempo eso ha ido cambiando, ya que el aplastante dominio cultural estadounidense (materializado en la forma de innumerables películas, documentales...) ha ido encaminado a alterar esta percepción. Como se puede ver en 2004 una mayoría de franceses creía que, en relación con Estados Unidos, otras naciones aliadas tuvieron un papel meramente secundario (Fuente: RT).  
      ¿Qué conclusiones podemos extraer de todo esto? En resumidas cuentas que, al sumarse el ataque soviético, algo que los estadounidenses ya contemplaban pues así se acordó en la Conferencia de Yalta, Japón se iba a rendir de todos modos. Desde esta perspectiva el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y el cerca del cuarto de millón de víctimas mortales que provocaron, fueron una atrocidad absolutamente innecesaria. Y también desde esta perspectiva hemos de ver a los responsables últimos, el presidente Truman, el general Groves y el general Curtis LeMay (al frente de las campañas de bombardeos contra Japón), como lo que realmente fueron. Criminales de guerra sin paliativos ni matizaciones. En todo este tiempo la propaganda ha surtido su efecto y muy pocos son los que los ven de esta manera, mucho menos el propio Obama, que acude con la conciencia tranquila al ya anunciado acto. La maquinaria mediática norteamericana lo ha ido distorsionando todo, no sólo mostrando como justificable el uso de armas atómicas contra objetivos civiles, sino también exagerando de manera desproporcionada la contribución de los Estados Unidos a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, como si éstos hubieran soportado casi todos los esfuerzos. No debemos olvidar que, en el caso del conflicto en Europa, alrededor del 80% de los efectivos de la Wehrmacht se concentraron en el Frente Oriental y fueron los soviéticos quienes hubieron de encargarse personalmente de eliminarlos. Estados Unidos aportó sobre todo su poder aéreo, industrial y económico, financiando y abasteciendo al resto de aliados, pero la mayor parte de los sacrificios en el campo de batalla los hicieron otros. Obviamente la victoria le resultó más que rentable.
 
      Ni que decir tiene que los japoneses, y en cierta medida el resto del mundo, han aprendido de las lecciones que dejó el horror atómico de Hiroshima y Nagasaki. Pero, ¿también las han aprendido las élites políticas y militares de Washington? Todo lo más durante la Guerra Fría pesó el temor a la aniquilación mutua, pues el adversario también disponía de capacidad nuclear. Ahora no obstante Obama habla de paz y concordia, insistiendo en que los Estados Unidos sigan actuando como arbitro mundial y decidiendo quienes son los "buenos" y quienes son los "malos". En la práctica esto se traduce en una política exterior agresiva y abiertamente belicista, que ha sumido en el caos a Oriente Medio, elevando las tensiones militares en otras partes del mundo (en especial en el este de Europa y en el Mar de China Meridional). El gasto militar norteamericano es, con mucho, el mayor de todos los países y es más que dudoso que Washington quiera desprenderse algún día de su arsenal nuclear. Toda una apuesta por la paz. No han aprendido la lección porque nunca aceptaron que nadie les diera ninguna. Así que confiemos en que no terminen haciéndolo porque la situación se descontrole hasta límites que es preferible no imaginar. Porque una cosa es cierta. Mientras siga habiendo armas nucleares nunca estaremos a salvo.
 
 
Artículo escrito por: El Segador 
 
 
Para saber más:

Las ciudades que se salvaron y las gentes que no (La pizarra de Yuri).
Batalla de Manchuria (Wikipedia).
Oliver Stone. La Historia no contada de los Estados Unidos. Episodio 3: la bomba.       
     

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo en casi todo lo escrito en la reseña: Japón iba a rendirse de todos modos y los norteamericanos querían emplear la bomba ("puesto que la hemos fabricado, hemos de emplearla", según comentaron algunos de los científico de Los Álamos... a esto se le llama "determinismo tecnológico), además, así Estados Unidos evitaba que los rusos ocuparan parte de Japón (como hicieron con Alemania), pero también hay quien dice que incluso con las bombas atómicas hubo en Japón un intento de golpe de Estado para evitar la rendición https://es.wikipedia.org/wiki/Rendici%C3%B3n_de_Jap%C3%B3n#Intento_de_golpe_de_estado_militar_.28entre_el_12_y_el_15_de_agosto.29 , por lo que, de no haberse dado esta terrible circunstancia (la destrucción de Hiroshima y Nagasaki) es probable que la resistencia a la rendición hubiera sido todavía mayor.

    Yo también creo que había otras opciones a la bomba, pero creo que en cualquier análisis al respecto debe incluirse este contraargumento, pues se hace uso de él con frecuencia...

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