Acerca del mito de la imabatibilidad estadounidense

Durante décadas hemos sido bombardeados de manera incansable por una propaganda machacona. Nos venía a decir más o menos que, salvo alguna excepción, Estados Unidos siempre ganaba todas las guerras ¿Es cierto el mito de la imbatibilidad estadounidense?


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Varios soldados evacúan a un compañero herido
durante una operación llevada a cabo al sur de
Afganistán en el verano de 2011.
      Todos lo sabemos porque así nos lo ha venido mostrando sin parar el cine de Hollywood, las series de televisión que también nos vienen desde el otro lado del Atlántico, sus documentales en todos los formatos posibles, la literatura e incluso el discurso oficial que se transmite a través de la prensa, los informativos, revistas especializadas y otros medios de comunicación/persuasión. Los americanos siempre ganan. Poco importa que se nos esté hablando de sucesos históricos o de ficción fabulada, algo en lo que la industria del entretenimiento estadounidense tienen sobrada experiencia, porque la conclusión siempre es la misma. De una u otra forma los soldados del Tío Sam terminan acabando con todos los "malos" (ya sean nazis, japoneses, comunistas, terroristas de cualquier pelaje e incluso alienígenas) y, saliendo victoriosos, salvaguardan la paz mundial, el orden, la democracia y la "libertad" en general. Ya podemos respirar todos tranquilos, pues estos "vigilantes" nunca bajan la guardia y nos protegen de todo mal, para que así podamos seguir tranquilamente con nuestras vidas. Hemos sido receptores de este discurso, de toda esta propaganda, durante tanto tiempo que lo hemos asimilado como algo cotidiano ¿Pero será cierto eso de que el ejército estadounidense gana todas, o casi todas, las guerras? Veamos con más detenimiento y desde una perspectiva diferente el resultado de varias de ellas.

      Uno puede entender fácilmente de dónde procede el mito. Como la gran superpotencia que es Estados Unidos lleva décadas ejerciendo la supremacía global en el terreno político, económico y cultural. El mundo entero suele permanecer pendiente cuando en Washington es elegido un nuevo presidente, que es proclamado automáticamente como el principal líder mundial, mientras la mayor parte de los países espera mantener las mejores relaciones posibles con la administración estadounidense. El respeto debido se convierte en muchos casos en pleitesía, el temor a las posibles represalias (diplomáticas, económicas e incluso militares) por parte de la superpotencia. Una gran república de características imperiales que, como otros grandes imperios de la Historia, no ha dudado en intervenir militarmente agrediendo a otras naciones cuando deseaba expandirse o consideraba que sus intereses se veían comprometidos. Resulta evidente que el abrumador poderío militar estadounidense, sustentado a su vez en su poderío económico e industrial, ha resultado clave a la hora de ejercer la supremacía. Y si hay un punto de inflexión fundamental en toda esta historia éste no es otro que la victoria en la Segunda Guerra Mundial, que convirtió a Estados Unidos en esa superpotencia global con capacidad para influir de manera decisiva en el resto del planeta.

      El mito de que sobre los norteamericanos recayó la mayor parte del mérito en la derrota de la Alemania nazi, y por supuesto también del Imperio Japonés, está hoy día muy asentado en el subconsciente colectivo occidental (ya se apuntó algo sobre esto en una entrada anterior de este blog). La propaganda estadounidense ha sabido vender dicho mito, muy bien por cierto, a través de sus películas, series televisivas, documentales, libros e incluso cómics. Es obvio que el poder aéreo y naval, y muy especialmente su poder financiero e industrial, permitieron que Estados Unidos contribuyera de manera muy decisiva en la victoria aliada sobre las potencias del Eje. Al finalizar la contienda Europa estaba devastada, lo mismo que el derrotado Japón, pero el territorio norteamericano permanecía por completo intacto (salvo por el breve episodio de Pearl Harbor) y los esfuerzos de guerra ayudaron a relanzar la economía terminando con la Gran Depresión. El costo material y humano que asumieron los norteamericanos, valgan de ejemplo las algo más de 220.000 bajas mortales en campaña (por supuesto todas militares, pues en la guerra no perecieron civiles estadounidenses, y que engloban a los caídos tanto en Europa como en el Pacífico), era perfectamente asumible si lo comparamos con el botín obtenido: la llave para la supremacía mundial y que tanto Europa Occidental como el Japón, que a pesar de la destrucción sufrida seguían figurando entre las regiones más desarrolladas del mundo, quedaran bajo la esfera de influencia de Washington.

       Con todo "los caídos estadounidenses en la cruzada por la libertad" han sido puestos una y mil veces como un ejemplo de sacrificio altruista por una causa justa, cuando queda claro que las motivaciones fueron principalmente económicas (impulso, que nunca se detendrá, a la industria bélica y apoyo financiero a los aliados) y estratégicas. Sin embargo, ¿qué decir de la contribución soviética a la victoria final? No olvidemos que fue el Ejército Rojo quien entró en Berlín y enarboló su bandera sobre las ruinas del Reichtag, hecho que no fue ni mucho menos casual. Durante años la maquinaria propagandística norteamericana se ha esforzado muchísimo a la hora de ningunear el papel de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que trataba de convencernos que habían sido los Estados Unidos quienes llevaron casi todo el peso de la lucha y eran, por tanto, justos merecedores de ese reconocimiento. Los rusos sólo ocuparon un papel periférico, casi parecen decirnos, en batallas tan trascendentales como la de Stalingrado o la de Kursk. Pero la Historia es tozuda y tiende a dejar numerosas evidencias tras de sí, evidencias que anuncian a gritos que fueron los pueblos de la Unión Soviética los que soportaron la mayor parte del esfuerzo en la lucha contra la Alemania nazi y por ello quienes más contribuyeron a su derrota (para entrar un poco más en detalle recomiendo el artículo El papel "olvidado" de la Unión Soviética). Los 26 millones de víctimas mortales, tanto militares como civiles, en el bando soviético así lo atestiguan ¡Eso son 118 veces más muertes que las sufridas por Estados Unidos en la misma guerra! (ver el siguiente anexo de la Wikipedia). Dos apuntes más. En primer lugar, sólo en la batalla de Stalingrado murieron más o menos los mismos soldados alemanes que cayeron a lo largo de toda la campaña en el frente occidental entre 1944 y 1945, teniendo en cuenta además que las fuerzas dirigidas por Friedrich Paulus en dicho enfrentamiento a orillas del Volga constituían la élite de la Wehrmacht. En segundo lugar, mientras los aliados en el oeste hicieron frente a 26 divisiones alemanas en su avance por Europa, los soviéticos se las tuvieron que ver con no menos de 170 divisiones para expulsar a los invasores de su territorio y alcanzar el corazón mismo del Reich. A la vista de todo esto, ¿quién se sacrificó más en la guerra? Y mucho más importante ¿Cuál fue la contribución más determinante, por mucho que se tratara inicialmente de una mera cuestión de supervivencia? Los datos históricos lo dejan bien claro, por mucho que esas películas y documentales que tantas veces han pasado por delante de nuestros ojos pretendan hacernos creer lo contrario.     

En los mapas de arriba se pueden observar distintas fases clave de la Guerra de Corea (1950-1953). Los norteamericanos se valieron de todo su poderío aéreo y naval, así como de un formidable despliegue de tropas terrestres en apoyo de sus protegidos surcoreanos, para hacer retroceder a las fuerzas comunistas de Corea del Norte. No obstante la masiva intervención china volvería a equilibrar la balanza. 
      Dejando atrás la Segunda Guerra Mundial volvamos sobre otros conflictos con participación estadounidense. Desde 1945 han sido unos cuantos y el discurso oficial, y oficialmente asumido, vendría a decir que Washington ha salido airoso de casi todos. Empecemos por la conocida como Guerra de Corea (1950-1953), considerada como una de las grandes conflagraciones de la era de la Guerra Fría. Sin extenderse demasiado en el conflicto la ONU auspició una intervención en contra de la agresión norcoreana contra sus vecinos del sur, iniciada durante el verano de 1950, y que a punto estuvo de unificar toda la península bajo el dominio comunista. En apoyo de Corea del Sur fueron enviados alrededor de 600.000 soldados, de los cuales cerca de medio millón eran estadounidenses (también había varios miles de británicos, canadienses y australianos, junto a tropas de otros muchos países como Filipinas, Francia, Países Bajos, Turquía o Nueva Zelanda). Queda claro pues que el peso de la contraofensiva recaía sobre las tropas de Estados Unidos en colaboración con los surcoreanos y, a finales de 1950, casi parecía que habían logrado la victoria final. Gracias a su aplastante superioridad aérea, naval y de medios técnicos, los norteamericanos hicieron retroceder a los comunistas casi hasta la frontera con China. Es precisamente esa circunstancia la que obligó a intervenir a Pekín que, viendo como fuerzas hostiles amenazaban sus fronteras, envió a alrededor de millón y medio de soldados para socorrer a sus aliados norcoreanos. A partir de ese momento de nada sirvieron los muy superiores medios bélicos norteamericanos. Ante el empuje de semejante masa armada se vieron obligados a retroceder y retroceder, más allá del paralelo 38, perdiendo incluso Seúl de nuevo de manera temporal. Infligieron muchísimas bajas a los chinos, alrededor de medio millón, para más tarde restablecer la línea de frente en torno al citado paralelo. Pero Estados Unidos también pagó un alto precio bajo la forma de 54.000 de sus soldados que perdieron la vida en suelo coreano. No veremos muchas películas o documentales que nos hablen, por ejemplo, de las batallas del embalse de Chosin y el río Ch'ongch'on, donde los marines estadounidenses salvaron a duras penas la dignidad viéndose obligados a retirarse ante el empuje chino, abandonando definitivamente territorio norcoreano poco después. De hecho sólo en la última de estas batallas las bajas norteamericanas ascendieron, entre muertos y heridos, a alrededor de 20.000 hombres.

     ¿Cómo concluyó finalmente el conflicto en Corea? Tras estabilizarse finalmente las líneas de frente en torno al paralelo 38 el estancamiento degeneró en una guerra de trincheras que no conducía a ninguna parte. El 27 de julio de 1953 se firmó un armisticio que puso fin a las hostilidades y al dramático derramamiento de sangre, que no es lo mismo que alcanzar un acuerdo de paz, que nunca llegaría. La situación quedó en tablas y la península de Corea indefinidamente dividida en dos estados antagónicos. Al sur, actualmente, una próspera democracia liberal de economía capitalista bajo una fuerte influencia cultural occidental (si bien no todo es idílico en este país, ver por ejemplo Corea del Sur, el país desarrollado con más suicidios). Al norte un extremadamente severo y hermético régimen de carácter estalinista, donde la población rinde culto a las divinizadas personalidades de los distintos líderes de la dinastía Kim; el último de ellos el orondo, sonriente e imprevisible Kim Jong-un. Hoy por hoy, a pesar de las eventuales bravuconadas de la administración Trump ante las provocaciones militares de Pyongyang, Estados Unidos no tiene capacidad para alterar apreciablemente el statu quo en la zona. El régimen de los Kim sobrevivirá en Corea del Norte porque así lo quiere China, que a pesar de tan problemático vecino precisa de semejante colchón ante los norteamericanos y sus aliados. Son los resultados de la guerra concluida en 1953 y que Estados Unidos no logró ganar. Todo lo más los historiadores dirán que aquello fue un empate.

Tormenta del desierto
Cazas F16 sobrevolando, victoriosos, los incendiados campos de
petróleo durante la guerra de 1991.
     Y es que lo que se ha venido a conocer como el American way of war, el "estilo americano de hacer la guerra", ha sido cuestionado por su efectividad en distintos escenarios, tal y como argumentan William J. Astore, teniente coronel retirado de la fuerza aérea de los Estados Unidos y profesor de Historia, o el analista experto en asuntos militares que responde pseudónimo de The Saker. Y es que este modelo, basado en el poder aéreo y naval y fundamentado en la superioridad tecnológica y de medios, conduce a un tipo de guerra a menudo muy costosa pero que, más frecuentemente de lo que creemos, no ha obtenido los resultados previstos. Descontando episodios como los de la invasión de Granada en 1983 o la de Panamá en 1989, poco más que ejercicios militares con fuego real llevados a cabo contra naciones minúsculas, sólo ha habido un único caso en la Historia reciente en el que se puede hablar de una rotunda victoria militar estadounidense. Éste fue el de la Primera Guerra del Golfo, una operación para neutralizar la invasión iraquí de Kuwait y que concluyó en febrero de 1991. Otros muchos países se sumaron a la "coalición internacional" contra el régimen de Saddam Hussein pero, una vez más, era Estados Unidos quien llevaba con diferencia la mayor parte del operativo. Todos hemos visto esas imágenes que dieron la vuelta al mundo, la exitosa Operación Tormenta del Desierto fue una marcha triunfal a través de los campos petrolíferos del Golfo en la que las fuerzas iraquíes fueron arrolladas. Un perfecto escaparate para exhibir el mito de la imbatibilidad estadounidense.

     ¿Pero a qué se debió esta victoria tan aplastante? Un análisis del conflicto, desde una perspectiva diferente a la que habitualmente nos suelen mostrar, demuestra que tuvo lugar una curiosa coincidencia que les facilitó mucho las cosas a los estadounidenses. Durante años el principal temor de las fuerzas de la OTAN en Europa fue sucumbir a una invasión por parte del Pacto de Varsovia, que en comparación disponía de un número apreciablemente superior de divisiones blindadas (compuestas por carros de combate y otras unidades mecanizadas) con las que arrollar a su adversario. Frente a esto Washington apostó muy fuerte por una nueva forma de hacer la guerra fundamentada en armas novedosas, como los helicópteros de combate AH-64 Apache, los cazabombarderos antitanque A-10 Thunderbolt II o los misiles crucero de alta tecnología BGM-109 Tomahawk, entre otros muchos sistemas. Responder con superioridad aérea a la superioridad de la infantería mecanizada de los soviéticos y sus aliados, superioridad que se vería complementada por el apoyo de las fuerzas de tierra. Ésa era la idea y para ello los estadounidenses se estuvieron entrenando durante años en el escenario centroeuropeo, que es un entorno complejo salpicado de poblaciones, bosques, lagos, ríos y terrenos más o menos agrestes ¿Qué ocurrió durante la Guerra del Golfo? Irak no disponía de unas fuerzas aérea o naval destacables, pero sí de un gran número de carros de combate y otros vehículos blindados, así como también de una nutrida tropa de infantería. Saddam y sus generales no pasarán a la Historia como unos genios militares, más bien todo lo contrario, ya que cometieron dos torpezas de campeonato. En primer lugar le dieron todo el tiempo del mundo a Estados Unidos para desplegar sus efectivos en el Golfo tal y como quería. Y en segundo lugar montaron su defensa en un escenario que les era por completo desfavorable, disponiendo sus divisiones blindadas y fuerzas de infantería en un desierto llano y mayormente despejado. Aquello fue una auténtica fantasía húmeda hecha realidad para los mandos militares norteamericanos, ya que sus aviones, helicópteros y misiles jugaron al tiro al blanco, literalmente hablando, con las fuerzas iraquíes. Difícilmente se lo podrían haber puesto más fácil, puesto que fue una simplificación del escenario previsto para la guerra en Europa, pero ante un adversario peor preparado y equipado con armamento ya un tanto anticuado.                  

     Después de lo de 1991 no se puede decir que las intervenciones de Estados Unidos se hayan saldado con brillantes victorias. Nos encontramos primero con la fallida y breve intervención en Somalia en el año 1993, cuando quedó claro que la misión de la ONU poco podría hacer para apaciguar el caos en el que estaba sumido el Cuerno de África. Hoy por hoy las cosas siguen más o menos igual por allí y las pretensiones de Washington no van más allá de ataques con drones y otras operaciones relámpago contra objetivos denominados "terroristas". Golpear y desaparecer lo más rápido posible, queda bien en el expediente pero no soluciona absolutamente nada. No olvidemos que la sede del AFRICOM, el mando militar unificado estadounidense para operaciones en África, se encuentra en una base en Stuttgart (Alemania), un escenario cien por cien africano (valga la ironía). Las aspiraciones norteamericanas de desplazarlo a un nuevo emplazamiento en Libia quedaron truncadas la noche del 11 de septiembre de 2012, tras el asalto al consulado en la ciudad de Bengasi en el que falleció, entre otros, el embajador Christopher Stevens. Tras el ataque todo el personal militar y civil fue evacuado para no regresar. De la experiencia se aprende y la lección es que resulta preferible no mantener una presencia militar permanente en las regiones más conflictivas de África.

    Siguiente episodio, la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia enmarcada en la Guerra de Kosovo de 1999. Oficialmente aquella operación exclusivamente aérea fue otro gran éxito de Estados Unidos y la muy socorrida "coalición" de países que seguían su estela. Pero un análisis entre líneas permite ver que, tras poco más de dos meses de bombardeos intensivos, las pérdidas militares serbias no fueron especialmente dramáticas. Cierto es que sus fuerzas aéreas perdieron más de un centenar de aparatos, pero muchos otros no fueron derribados o permanecieron a salvo en hangares bunkerizados. Y he aquí lo que no ha trascendido tanto, la OTAN centró entonces la presión de sus bombardeos contra la población civil con el objeto de minar la moral de la nación. No era una estrategia nueva, pues ya venía empleándose desde los bombardeos masivos contra Alemania y Japón durante la Segunda Guerra Mundial (otra de las marcas de la casa de la American way of war), pero esta vez se combinó con una oferta secreta al régimen de Milosevic. Washington garantizó su permanencia en el poder a cambio de la retirada de Kosovo. Dadas las circunstancias no era un mal trato y así la OTAN cosechó un excelente triunfo diplomático, que no militar. Y aún lo fue mucho más tras la caída de Milosevic al año siguiente, tras una revolución de color en Serbia obviamente patrocinada desde el exterior. Nunca hay que tomarse en serio las promesas del "amigo americano", porque no dudará en apuñalarte por la espalda si lo considera oportuno. Un apunte, las pretensiones de la OTAN de expandirse al Cáucaso terminaron en el verano de 2008 tras la Guerra de Osetia del Sur, en la que Rusia atacó y venció a Georgia en una campaña relámpago. Los georgianos quizá pensaron que el amparo occidental serviría de algo a la hora de materializar sus aspiraciones de someter a los separatistas abjasios y osetios, protegidos de Moscú. Pero a la hora de la verdad no hubo ayuda militar, tan solo muestras de solidaridad y declaraciones de condena. Hay adversarios con los que es mejor no atreverse directamente.
         
Actividad talibán en el segundo semestre de 2015. Mapa: New York Times
Este mapa muestra la extensión de la actividad talibán en distintas regiones de Afganistán a finales de 2015. Teniendo en cuenta que la presencia militar de Estados Unidos y sus aliados se prolonga en el país desde 2001, ¿podemos considerar que su misión ha sido un éxito? ¿Cuándo podrá darse por concluida? (Fuente: Real Instituto El Cano).
      Y finalmente llegamos a los conflictos en los que actualmente anda enfrascado Estados Unidos y que se extienden en un arco desde el Mediterráneo a Asia Central. Mucho tendrá que ver en la situación actual el empeño del establishment norteamericano de culminar su plan de dominación global ya establecido en 1997 a través del Project for a New Amercian Century (Proyecto para el Nuevo Siglo Americano), un influyente think tank que ya sentó la bases de la política exterior que habrían de seguir los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca (ver el artículo EE.UU: el establishment imperial contra Trump). Fruto de dicha política se gestaron la intervenciones que desembocarían en las guerras de Irak y Afganistán, iniciadas en los albores del presente siglo pero todavía, ¡oh sorpresa!, inconclusas. Respecto a Irak se podría decir que el objetivo inicial, destruir el régimen de Saddam, se cumplió con creces. Pero destruir no es una tarea en exceso complicada y, en el caos y descomposición subsiguientes, quedó claro que el proyecto de instauración de un gobierno alternativo que fuera estable fue un rotundo fracaso. A no ser que la guerra y anarquía permanentes, y el surgimiento del Daesh (Estado Islámico) como remate, se puedan considerar objetivos cumplidos. El último capítulo inacabado de la guerra iraquí lo tenemos en la Batalla de Mosul, en manos de la temida milicia terrorista desde junio de 2014. Desde octubre del año pasado fuerzas gubernamentales, apoyadas por peshmergas kurdos y la aviación y fuerzas especiales de Estados Unidos (junto a otros aliados como Reino Unido o Francia), tratan de conquistar la ciudad al Daesh. La cosa se ha alargado más de lo previsto y, por el momento, la ofensiva sólo ha logrado recuperar la parte oriental de Mosul. Por el camino el choque armado ha provocado la enésima crisis humanitaria, con decenas de miles de civiles atrapados en el fuego cruzado, otros tantos huyendo con lo puesto y centenares muertos o heridos por los bombardeos de sus "libertadores". Puestos a poner ejemplos, la gestión de la ocupación de Irak por parte de Estados Unidos no pasaría precisamente por ejemplar y sus resultados distan mucho de ser exitosos.

     Pero si lo de Irak no es para sacar demasiado pecho, ¿qué decir de la situación en Afganistán? Aunque casi nadie lo proclame abiertamente dicha guerra se ha convertido en la intervención militar estadounidense más prolongada hasta la fecha. Y lo que te rondaré morena, como dicen los andaluces. Podemos darle todas las vueltas que queramos, decir que la presencia occidental en Afganistán es un garante en la lucha global contra el terrorismo, porque así contenemos a los talibanes y otras facciones extremistas. Pero el caso es que, a día de hoy, el país está muy lejos de quedar pacificado y estabilizado, el gobierno central apoyado por los ocupantes es corrupto y débil y, para colmo, los talibanes siguen fuertes y controlan o están presentes en cerca del 40% del territorio. Pero qué mejor testimonio que el del capitán de marines Joshua Waddell, veterano condecorado que ha combatido en suelo afgano. Acerca de la situación del conflicto escribía en la Marine Corps Gazette (aquí el artículo completo):

     Ya es hora de que nosotros, como oficiales militares profesionales, aceptemos el hecho de que perdimos la guerra en Irak y en Afganistán. Los análisis objetivos de la eficacia del ejército estadounidense en estas guerras sólo pueden llegar a la conclusión de que fuimos incapaces de traducir las victorias tácticas en éxitos operativos y estratégicos.

Se puede decir más alto pero no más claro. Como en el caso del general cartaginés Aníbal en su guerra contra la República de Roma, de nada sirve ganar muchas batallas si la victoria final te es esquiva. Washington ha tenido dieciséis largos años para cosechar resultados palpables en el país centroasiático pero, en lugar de eso, después millones y millones de dólares gastados y cerca de 2.400 soldados fallecidos (ver este anexo de la Wikipedia), sigue empantanado en una trampa sin salida. No reconocerlo ya es otro problema muy distinto.

     A estas alturas no se le escapará a quien lea estas líneas que nada hemos dicho de la Guerra de Vietnam (1955-1975), paradigma de las derrotas estadounidenses, porque hubiera resultado demasiado sencillo recrearse en ella. Pero tampoco debemos olvidar que el fracaso norteamericano en Vietnam fue también un fracaso en toda la región de Indochina, ya que la retirada de 1975 permitió que regímenes comunistas se instauraran en Camboya y Laos. Una vez más, de nada sirvieron todos los bombardeos por saturación, el esfuerzo económico y el coste en vidas humanas. Quizá no importe tanto, porque siempre es posible evadirse de esta nada atractiva realidad sumergiéndose en la infinidad de películas, series y espacios televisivos de carácter propagandístico que nos siguen vendiendo el mito de que "los americanos" siempre ganan. Como bien dice el ya mencionado analista y ex militar William J. Astore, el mayor enemigo de Washington ha sido siempre el autoengaño. 


M. Plaza
 


Para saber más:

Revolcándose en la placa de Petri afgana (William J. Astore - traducido por Rebelión -).
Estados Unidos vs Irán: una guerra de manzanas vs naranjas (El espía digital).

 

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