Facetas de un modelo perverso

El rancio concepto de la caridad y el dogma de la cultura del esfuerzo son sólo dos facetas, entre otras, de un modelo perverso. Dicho modelo busca cronificar y exacerbar, asumiéndolas como algo moralmente aceptable, las desigualdades sociales, la pobreza y la concentración de riqueza en unas pocas manos.


Resultado de imagen de caridad      El modelo puede tener muchas caras o manifestaciones, todas reflejando una misma línea de pensamiento. Ésta no es otra que el de una sociedad dominada por el fundamentalismo ultraliberal impuesto desde las élites acomodadas. Bajo esa visión el Estado queda privado por completo de sus capacidades sociales y asistenciales (educación, sanidad, servicios de asistencia a colectivos desfavorecidos, políticas económicas de carácter redistributivo, etc.), actuando finalmente como mero represor del descontento ciudadano o de las manifestaciones de su desesperación (marginación, delincuencia). Las fuerzas de seguridad convertidas en una especie de "guardia pretoriana" al servicio prioritario de esas mismas élites, los oprimidos sustentando a los opresores con sus impuestos, sufragando ese orden social que los condena. Todo lo demás se privatiza para lucro exclusivo de los oligarcas, que concentran más y más riqueza y poder mientras socavan la democracia hasta vaciarla por completo de sentido. Es, no nos engañemos, un regreso a un modelo social más propio del siglo XIX, cuando las desigualdades eran sencillamente desgarradoras y la desorbitada opulencia de unos pocos contrastaba con la miseria en la que estaba sumida la mayoría, privada además de los derechos más elementales. Y, como no podría ser de otra forma, el modelo también difunde una serie de conceptos y valores, una determinada moral por así decirlo, destinados a reforzarlo. Ahí es donde entran las ideas de la caridad y la denominada cultura del esfuerzo. Dos ejemplos de la regresión que está experimentando el Estado Social y de Derecho que, al menos en teoría, preconiza la Constitución.
    
      Todo y que la tradición cristiana lleva siglos proclamando sus bondades, encuentro que la caridad es un concepto perverso, además de evidentemente rancio y envuelto en cierto halo de repugnancia. Sustituye la verdadera justicia social, la redistribución de la riqueza de forma más equitativa y solidaria, vía mecanismos de control y gestión públicos, por actos supuestamente altruistas de la gente pudiente, que lava así sus conciencias dando unas limosnas a los más necesitados. No cuestiona un modelo social terriblemente desigual e injusto, más bien lo refuerza. Sustituye el imperativo legal (que los más ricos soporten más carga tributaria, por ejemplo, como medida de cohesión social) por una pretendida "obligación moral" de asistir mínimamente a los pobres. Estos actos de caridad sirven asimismo de escaparate publicitario, una demostración de la magnanimidad y benevolencia de los adinerados, que muestran a todo el mundo lo generosos que son con los más desfavorecidos. Se convierten así en un acto de propaganda del poder y es precisamente por eso que su principal función social es afianzarlo. Que los de arriba mantengan su posición y los de abajo se queden como están. Cuando el rico da limosna al pobre no hace otra cosa que confirmar su superioridad respecto a este en todos los aspectos.

      Estos días ha generado cierto revuelo mediático, y por supuesto también en las redes sociales, la donación de 320 millones de euros por parte del señor Amancio Ortega, fundador y propietario del emporio trasnacional Inditex, destinados a la compra de equipamientos hospitalarios (principalmente oncológicos pero también de otro tipo). Es sin duda una sustanciosa contribución a la Sanidad Pública, que lleva años padeciendo salvajes tijeretazos en sus partidas presupuestarias de mano de las políticas de austeridad implementadas por los gobiernos ultraliberales (ya sean del PP o del PSOE), que han actuado bajo la batuta de Bruselas. Nadie cuestiona que esa aportación vaya a venir muy bien, en ese sentido bienvenida sea. Lo que se cuestiona es lo que este acto esconde tras de sí, pues no deja de ser una más que llamativa obra de caridad. Y lo es por obra de un empresario que, por mucho que no queramos desmerecer sus logros, se ha convertido en uno de los más ricos del mundo en base a externalizar toda la producción en países donde se pagan salarios paupérrimos y apenas sí hay derechos laborales reconocidos, amén de no pagar la mayor parte de sus impuestos en España porque, gracias a la permisividad legal y ciertos ejercicios de ingeniería financiera, puede hacerlo en países que más bien podemos denominar paraísos fiscales. No olvidemos tampoco que el señor Ortega ganó el pasado año la friolera de 4.000 millones de euros, una cantidad más de diez veces superior a la tan cacareada donación, mientras que su patrimonio personal asciende ya a 71.000 millones de euros (datos también del año pasado).

     La principal crítica que se puede hacer de todo esto no debe recaer, a pesar de todo, sobre el propietario de Inditex. Más bien se ha de hacerlo acerca de la clase de precedente que podría sentar una iniciativa de este tipo. Alabarla ciegamente sin cuestionarse nada es peligroso. Al fin y al cabo, ¿no nos queda otra alternativa que depender de la eventual generosidad de los multimillonarios para poder gozar de un sistema sanitario mínimamente decente? Equipar hospitales a base de donaciones caritativas es un modelo tercermundista impropio de naciones que se presuponen prósperas y avanzadas. Y no es eso a lo que debemos aspirar, por mucho que ciertos apoderados puedan levantarse especialmente generosos un día y anuncien que quieren hacer grandes donaciones. Y tampoco debemos olvidar que, gracias a este tipo de obras benéficas, se puede disfrutar de importantes ventajas fiscales. Sabiendo esto, ¿será la generosidad lo único que las mueve? Mejor será que los que más tienen contribuyan al sostenimiento de los servicios públicos vía una mayor presión fiscal y que se combata de manera efectiva el fraude practicado por las grandes empresas, tanto nacionales como extranjeras. De esta manera no será necesario esperar a la caridad para disponer de modernos equipamientos hospitalarios.

Resultado de imagen de cultura del esfuerzo     En otro orden de cosas me han llamado la atención unas declaraciones recientes de Susana Díaz, candidata del establishment a la secretaría general del PSOE, realizadas en un programa de radio. En él la líder socialista vinculaba el derecho a recibir becas de estudios exclusivamente al esfuerzo para obtener buenos resultados académicos, sin mencionar en absoluto que ese derecho también debiera vincularse al nivel de renta de los potenciales beneficiarios. No sé qué pasa pero, al escuchar a esta señora, me parece estar escuchando a los mandamases del IBEX 35; su discurso es el suyo. Y tras él otra faceta más del modelo ultraliberal, vinculado en este caso a los mitos de la cultura del esfuerzo y la meritocracia. El discurso viene a decir, más o menos, que en nuestra sociedad hay oportunidades para todos y que mediante el esfuerzo, el trabajo duro de cada día y el sacrificio constante, cualquiera puede alcanzar el éxito independientemente de su condición. De esta manera se da a entender que aquellos que no lo logran es porque no se han esforzado lo suficiente, o no tanto como otros, son unos vagos que no quieren trabajar o, incluso peor, prefieren ser unos parásitos y vivir de las ayudas del Estado. El discurso da para justificar determinadas políticas e imponer una serie de dogmas. Las ayudas sociales son un lastre innecesario que entorpece la buena marcha de la economía, porque no deberíamos estar manteniendo a todos esos haraganes que no están dispuestos a trabajar. Si no has logrado asentarte en el mercado laboral y sigues sin trabajo la culpa es exclusivamente tuya, porque otros si lo han hecho al esforzarse mucho más que tú, así que no tienes derecho a ir de víctima y culpar al sistema de tus propios fracasos. Y por supuesto nunca dejes de intentarlo, sigue formándote, reciclándote profesionalmente, empeñando los recursos económicos que todavía puedan quedarte en esa reconversión que hará de ti un "individuo útil" dentro del marcado laboral. Esfuerzo, esfuerzo y más esfuerzo. Al final, nos aseguran, siempre termina dando sus frutos.

     Pero como otros discursos de carácter dogmático el de la cultura del esfuerzo también oculta muchas realidades vergonzosas. En esta carrera no todos partimos en igualdad de condiciones, ya que la posición social importa muchísimo, casi diría que es esencial, a la hora de abordar nuestras expectativas de futuro. No es lo mismo poder cursar estudios superiores en una universidad de prestigio, porque tus acaudalados progenitores pueden costearte sin problemas ese periodo de formación, que hacerlo allí donde te es posible y a costa de trabajar para poder pagártelos. Así, mientras el niño bien puede dedicar todos sus esfuerzos a los estudios, disponiendo de tiempo y recursos económicos incluso para poder correrse cuantas juergas quiera, sobre el hijo de padres de clase trabajadora (que quizá no puedan pagarle la universidad) pende la espada de Damocles de no saber si podrá culminar su formación superior, pues ésta está supeditada a unos ingresos que no están ni mucho menos asegurados (puede encontrar o no trabajo, o el salario ser insuficiente). Estos dos individuos no están en igualdad de condiciones y uno ha de hacer muchos más esfuerzos que el otro para aspirar a obtener idénticos resultados, por mucho que la señora Susana Díaz quiera vincular el derecho a becas exclusivamente a los resultados académicos. Las ayudas a los estudios deben servir como herramienta de cohesión social, permitiendo que aquellos que tienen menos recursos económicos puedan acceder a una formación adecuada. Esto es algo muy diferente a convertir dicho derecho en una especie de "operación triunfo" o "máster chef" versión estudiantes, al que sólo pueden acceder unos pocos escogidos. El discurso sirve de parapeto así a un modelo excluyente en el que las clases trabajadoras lo tienen muchísimo más difícil a la hora de acceder a determinados niveles educativos, reservados sólo para los hijos de los más acomodados. La desigualdad crónica comienza a construirse desde abajo.

    Y qué mejor forma de consagrar dicha desigualdad crónica que normalizar la pobreza, vendiéndola desde los principales medios de persuasión como algo que tampoco está tan mal. No hace mucho el portal Tremending Topic se hacía eco de los "consejos" que se publicaban en uno de los diarios de mayor difusión nacional, consejos a través de los cuales se pretendía dar una imagen de normalidad, de tendencia cada vez más en boga, respecto a ciertas situaciones nacidas de la necesidad y el empobrecimiento. De esta manera recoger comida de la basura ya no es algo propio de excluidos sociales, es una tendencia de lo más cool entre los hipsters que quieren estar al a última ¿Tienes más de treinta años y todavía no puedes marcharte de casa de tus padres porque no gozas de independencia económica? No hay de qué avergonzarse, porque formas parte de un nuevo colectivo en auge que se toma su situación con sentido del humor. Y si no te puedes permitir encender la calefacción en lo más frío del invierno tampoco importa, ahí van unos motivadores "consejos" para calentarte con varias mantas o para evitar que escape el calor del interior de tu casa a base de colocar cinta aislante en las juntas de las ventanas. Y si tampoco tienes dinero para salir aunque que sea a cenar el fin de semana tampoco importa, la última "moda" es el nesting, quedarse recluido en casa cual ermitaño. No son bromas de mal gusto, son maneras de inculcar la aceptación de una determinada condición social, al tiempo que se criminaliza toda forma de protesta ciudadana considerándola como algo subversivo o incluso asociándola con actividades terroristas. Nada es casual y las distintas facetas de este modelo perverso van encaminadas todas a un mismo objetivo. Apuntalar una sociedad fuertemente estratificada, con una minoría colmada de riqueza y privilegios, mientras el resto de la población se empobrece más y más, la exclusión deviene endémica y nos habituamos a asumirla como algo inevitable. Algunos andan especialmente empeñados en que el futuro se parezca lo máximo posible al pasado.    


 
Juan Nadie



Para saber más:

Amancio Ortega y la filantropía (Nueva Tribuna).
Cultura del esfuerzo susanista, premios por derechos (La Marea).

 

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